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Estancias Formativas

La mirada de Nerea G.


24 mochilas que salían de Madrid, camino a una ciudad diferente. 22 personas que no se conocían de nada, o se conocían de ir a clase juntas, y dos profesores con ganas de enseñarnos un mundo nunca visto por nuestros ojos.


La llegada a Delhi, el primer día, después de unas horas de avión horribles por no ir cómodos (¿problemas del primer mundo, no?), la necesidad de coger una tarjeta sim con internet (¿otra vez esos primeros problemas del primer mundo, no?), el recibimiento con esas flores naranjas y el comienzo de una gran aventura, para aprender y enseñar. Aunque seguramente aprendimos más nosotros.


Los primeros días iban pasando, y vaya días, no estábamos preparados aun para lo que venía. Íbamos a mercados de telas, de especias… buscando aquellos ``tesoros´´ que queríamos llevar a nuestras casas, un elefante de madera, un anillo… cualquier cosa, sin a penas ver que ya lo que nos rodeaba era un tesoro, un tesoro que muy poca gente puede disfrutar.

Paseando por las calles de Delhi y de Jaipur, pudimos ver la pobreza del mundo en el que vivimos, al que como primer mundo no estamos acostumbrados de ver: Chabolas, niños descalzos, agua sucia en la cual tenían que bañarse, o suplicando por 100 míseras rupias para poder subsistir. Todavía en las calles de Delhi y Jaipur no nos dábamos cuenta de lo que pasaría los últimos días de este asombroso viaje.

Vivíamos rodeados de lujos, que si en un hotel un señor mayor se dedicaba a abrirnos la puerta cada vez que nos veía, o andando por la calle querían hacerse fotos con nosotros simplemente por ser blancos, o que en el otro hotel nos bailaban mientras cenábamos, y aun ahí no sabíamos que nos deparaba lo que venia después… pero el día llego, salíamos de Jaipur a un sitio llamado Jhajjar 5 o 6 horas de bus, siempre que la carretera y el tráfico fueran bien, porque si no espérate a que no fueran 8 o más. No fue el caso. El viaje fue rápido, supimos que estábamos llegando cuando desde la ventana podíamos ver las bhattas (chimeneas) lugar donde vivían mas de mil niños trabajando de sol a sol haciendo ladrillos por unas míseras rupias. Llegamos a la escuela de Don Bosco, un sitio espectacular, que ayudaba a esos niños a quitarse unas horas de hacer ladrillos para aprender ingles, mates… Luego nosotros no valoramos el ir a clase (¿problemas del primer mundo otra vez, no?).

Habíamos llegado a la hora en el que los niños habían vuelto a su casa, (una casa diferente a la que tenemos en mente nosotros, ya que en realidad era una habitación que quizá tenían que dormir 6 personas o más). El primer día se uso para básicamente preparar lo que íbamos a hacer el día siguiente. Teníamos mil ideas, queríamos que todas funcionara, queríamos que se lo pasaran bien, que aprendieran y que, simplemente, esos 3 días que íbamos a estar no pensaran en ladrillos y pensaran en divertirse con nosotros. El primer día con niños llegó, nada de lo que teníamos pensado funcionó, era una frustración, queríamos que se divirtieran… y se divirtieron, éramos nosotros los que creíamos que no se habían divertido, pero sí. Estuvieron todo el día riéndose, disfrutando de estar con nosotros, de jugar al pañuelo o a correr en círculo, estaban teniendo esa infancia que se les había arrebatado, aunque veías a niños que tenían que cuidar a sus hermanitas pequeñas en brazos, y les veías en la cara que querían jugar y divertirse, y no podían porque el hacer de hermano mayor se lo estaba arrebatando, si te acercabas los peques lloraban, porque eras un ser extraño para ellos, y tu lo único que querías era que jugaran como niños, y que no fueran adultos nada mas nacer.

Los días con los niños pasaron y yo aprendía cada día mas de ellos, a reír, a pensar en lo que tenía, a pensar en no ser egoísta y a pensar en mi familia, estar lejos de los tuyos hace plantearte muchas cosas. Aprendí que hay que valorar todo aquello que tienes y no ha valorarlo cuando ya no lo tienes y a pensar que no todo el mundo tiene la suerte de cuando nace prácticamente tiene la vida solucionada por el lugar en el que nace. Hemos tenido la suerte de nacer en España, un país el cual esta repleto de opciones para todos, podemos ir a la escuela, podemos ir a la universidad, podemos trabajar, tenemos toda la comida que queramos al alcance de nuestra mano, dormimos cada uno de la familia en una habitación para nosotros solos… básicamente vivimos como reyes. Todo esto no lo valoré, hasta el segundo que vi a 60 niños bajando de un autobús amarillo para disfrutar de un día sin tener que hacer ladrillos y tener un plato de comida asegurado en ese día.

Me dio muchísima tristeza el tener que volverme a España, volvía siendo una Nerea diferente, más madura y más sensible a las adversidades de la vida, volvía sin saber lo que me deparaba, teniendo que volver a la realidad y haciendo frente a una de las etapas mas negras de mi vida. Pero aun así no puedo olvidar el viaje que me ha marcado en el corazón, me llevo a gente maravillosa que ha hecho de esta bofetada de realidad mas llevadera, a Rocío y a Juanjo que han sabido sacarnos del bajonazo cuando ya no podíamos mas, todos esos niños y niñas que me han dedicado 3 días de sus vidas a todas esas sonrisas y a todo el aprendizaje que me llevo. Yo recomendaría que este viaje lo hiciera mas gente, aprendes a valorar todo aquello que tienes y que en tu día a día no le das importancia.

Aunque no pueda contar este viaje a las personas que me gustaría contarlo, dejo por aquí escrito un poco de mi vivencia, que en conjunto de todos mis compañeros seguro que algo se aprende.

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