Cuando Juanjo propuso juntarnos todas para hablar un poco sobre el viaje, me pregunté qué era lo que quería trasmitir a mis compañeras, tanto para las que habíamos ido al viaje como para las que no. Yo en ese momento estaba en la sala de espera en el hospital y llevaba 8 horas, subiéndome por las paredes esperando noticias.
A mi lado una mujer de los nervios porque las enfermeras no la permitían pasar a box. Esa mujer es mi madre y la que esperaba sola en box es mi abuela. Duele ver la inhumanidad que hay alrededor incluso en los lugares donde más tiene que haber, un hospital. Así que en ese momento decidí que no iba a hacer el típico video hablando de lo bonita que había sido la experiencia, porque sí, a pesar de todo lo que voy a decir ahora, fue una experiencia preciosa con personas magníficas.
Buenos días desde India, el famoso país conocido por sus colores y belleza, es el segundo país más habitado del planeta con la democracia más grande del mundo. Se espera que se convierta en una de las economías más importantes en los próximos años, pero paradójicamente también tiene 300 millones de pobres, la mayor cantidad del planeta y unos 60 millones son niños desnutridos.
Estamos en "la India" hemos viajado 9 horas de avión para llegar aquí y nos comemos todo con la mirada. No me planteé con qué actitud veníamos hasta que empecé a ver pequeños gestos de "generosidad", nosotros con nuestro lema de blanco por delante ‘’vengo a ayudar" ‘’me necesitan’’ ‘’ con mi dinero cambio el mundo’’... Creemos saberlo todo pero no es así. En mi cabeza miles de recuerdos de las ladrilleras.
Fue un verdadero shock, desde el autobús veo a un niño en medio de la nada desprotegido, solo. Y el trayecto se vuelve doloroso. Estoy callada y no paro de darles vueltas a algo, ese niño podíamos haber sido cualquiera de nosotros, podía ser mi hermana, podía ser yo. Ahí empieza el cambio, ahí mi cabeza empieza a hacer un ‘click’ y creo que voy a estar preparada para lo que voy a vivir. Pero no lo estoy.
Somos privilegiados, nacemos en un hogar con cinco comidas al día, calor humano, sanidad, educación y otras tantas cosas al alcance de nuestra mano de las que no somos conscientes. Nos encanta quejarnos sin saber cuán afortunados somos.
A la mañana siguiente me encuentro rodeada de niñas y niños desnutridos pero con una sonrisa infinitamente más grande que la mía. Una vez allí, las primeras horas, no te fijas en los detalles, solo piensas en que juegos y canciones hacer para sacarles una sonrisa, no te fijas en la que la mayoría de las niñas tienen marcas blancas en la cara, incluso cicatrices que recorren todo el pómulo. Cicatrices más grandes que su pómulo. Sus propias familias las queman para evitar violaciones.
Otro golpe de realidad. Dime... conociendo esto: ¿Realmente crees que importa cuántos juguetes compres con intención de donar dinero? ¿De que sirven tus selfies? De vuelta a casa hablas de una concienciación de la cual careces, miles de fotografías de sus caras, te tomas la libertad de sus derechos de imagen y hablas de un cambio en tu vida. ¿Vas a concienciar a todos y cada uno de tus seguidores? Ojalá.
Ni siquiera al volver a casa vas a dejar de alimentar un sistema que nos explota y mantiene la miseria de forma silenciosa. En cuanto puedas derechita a comprar el pantalón mas caro o el último Iphone del mercado.Total... te lo puedes permitir.
No fuimos a India para cambiarla, no creo que ninguna de nosotras fuera con esa intención aunque si tuvimos la suerte de que este viaje nos cambiará a algunas de nosotras. Creamos muchísimas sonrisas y eso de alguna manera me consuela.
Entre llamada y mensajes mi familia y amigos me pregunta qué tal el viaje, ¿Qué tal la comida? ¿Es tan picante como dicen? Yo intentaba encontrar respuestas a preguntas que eran incoherentes para mí en ese momento, hay días que era incapaz de poder comer al recordarles a todos sentaditos en el suelo comiendo con sus manos. Y como sin tener nada te ofrecían todo. Con un solo plato de comida al día, la inseguridad y la incógnita por el mañana, esos niños reían a carcajadas de tal forma que no puedes olvidarlo.
Duele... No hemos venido a cambiar nada y duele. Duele recordar las ladrilleras y ver esos hornos, mujeres, niñas y hombres dejándose la espalda cada día por un sueldo de mierda que no les permite ni vivir, porque a eso no se le puede llamar vida.
Me doy cuenta que dónde más hablamos de pobreza, es donde menos la conocemos. Habrás oído miles de conversaciones de personas soñando con que harían con un premio de lotería. ¿Te imaginas cómo vive una persona allí? Piensa, 4-5 personas en una diminuta habitación, niñas marcadas para no ser raptadas, vivir sin saber si hoy darás de comer a tus hijos, vivir con el miedo de que tu marido llegue borracho a casa y te dé una paliza después de violarte.
¿Puedes visualizarlo? Imagínate vivirlo.
Y ahora paramos, llegamos al punto en el que nos decimos, vale esta es la realidad de muchas personas ¿Y nosotras qué podemos hacer? ¿Aquí y ahora en este momento? Rodeada de nuestras compañeras con la seguridad de que mañana será un nuevo día para estudiar, para estar con tu familia y comer cuando quieras.
Empecemos por mirarnos todas y concienciarnos de quién está al lado no es nuestra enemiga que no importa sus creencias ideológicas, ni si saca mejores notas que yo. Hablamos de darnos los buenos días, de darnos la mano las unas a las otras, de empatizar con la compañera. De dar seguridad, respetar los espacios y tiempos. Que si hoy no puedes, no te preocupes, estaré aquí cuando estés lista. Hablamos de saludar a nuestra vecina del quinto y dejar de ignorarla por ser gitana, por ser negra, dejar de lado los puñeteros prejuicios y sonreír a ese chico de 15 años que espera solo en el autobús, no sabes cómo puede cambiar el día de una persona con un pequeño acto de generosidad. Que no, que no somos enemigas, que la persona de mi lado tiene sentimientos y el día de mañana cuando estés ahí fuera trabajando te darás cuenta de la cantidad de cosas que te ha enseñado. Hablamos de muchas cosas, de observar, de escuchar sin juzgar, de apoyarnos pero sobretodo hablamos de vivir y no de sobrevivir. De valorar el tiempo del que disponemos, de valorar a nuestra familia y amigas, de dejar de quejarnos por gilipolleces.
Porque aquí y ahora tienes la suerte de no estar haciendo ladrillos bajo el sol, sino de leerme.
Nerea Deza.
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